Se inicia el asalto

La caída de Sagunto. Capítulo VI

Sereno e impasible, desde el adarve de las murallas Balcáldur observaba los movimientos de tropa que realizaban los cartagineses ante su inminente ataque. En retaguardia, al amparo de los manteletes y las vineas, los arietes traídos expresamente desde Qart Hadast se mantenían a la espera de una infantería hispana encargada de portar las escalas con las que llevarían a cabo el asalto. O por lo menos eso era lo que se podía intuir desde la distancia y con una vista desgastada por el paso de los años.

Reflexionaba el responsable de las defensas de Arse sobre la disposición del enemigo en el campo de batalla cuando, a galope tendido, un mensajero llegaba desde la otra parte de la ciudad. Aníbal preparaba un ataque múltiple, por distintos frentes. Desde las torres de la ciudad se habían detectado movimientos de tropas enemigas por las laderas de diferentes sectores del oppidum.

ACCESOS AL TEATRO

Accesos al teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

En realidad, a Balcaldur no le preocupaba que los cartagineses intentaran el asalto por varios flancos a la vez; de hecho, casi era de esperar. Lo que sí le inquietaba al de Arse era que, para asegurar sus defensas, se vería obligado a dividir las fuerzas, infinitamente inferiores que la de los púnicos. Era obvio que, desde un principio, Aníbal buscara imponer su superioridad numérica intentando desguarnecer la zona de la explanada donde se situaba el acceso a la ciudad, aquella en la que él había previsto que concentrarían todos sus ataques. Tenía que pensar rápido si quería contrarrestar esa inferioridad manifiesta, pero tampoco podía desprenderse de demasiados hombres allí donde sabía que sería intenso el combate. No le quedaba otra opción que disponer de los civiles como fuerzas de apoyo; procuraría utilizarlos en el menor de los casos y los más ancianos serían los que continuaran con las obras de las defensas internas aún sin finalizar.

Hacia las otras dos torres ordenó enviar parte de la guarnición militar y, en mayor medida, a la población que se encontraba trabajando en la obra. Junto a él, en la nueva torre, permanecieron el resto de sus activos, entre ellos Urcebas que, en esos instantes, amontonaba sillares de adobe en las inmediaciones del muro.

TEATRO ROMANO

Teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

Balcaldur terminaba de organizar a sus hombres cuando, de repente, empezaron a llover bolardos; unos enormes bloques de piedra que, caídos del cielo, impactaban sobre el terreno próximo a las defensas o, en el peor de los casos, directamente en el lienzo de la muralla saguntina. Los púnicos habían puesto en marcha toda su maquinaria de guerra y los proyectiles lanzados con los ingenios de torsión cobraban protagonismo en este primer día de ofensiva cartaginesa.

PUERTAS DE ACCESO

Puertas de acceso. Teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

El contingente enemigo empezó a avanzar sobre un campo favorable, abierto y nivelado que miraba directamente al valle, mientras se escuchaban los zumbidos de los grandes proyectiles volar sobre sus cabezas. Las escalas estaban preparadas para el asalto y detrás, separados de las tropas de infantería, los arietes a la espera mientras buscaban ganar terreno para poder avanzar hasta los muros. Con ellos iba el propio Aníbal.

Dispuestos en la torre y en la muralla, los guerreros escogidos de Arse, los más jóvenes y preparados para el combate, recibieron a los primeros atacantes con una lluvia de dardos que, centelleantes, dificultaron su avance y movilidad. Escuchábamos al propio Aníbal impartir órdenes a voz en cuello, insistiendo, una y otra vez, que de debían llegar bajo las murallas, fuera como fuera.

En esa mañana primaveral, los sitiados se aplicaron con resolución ante la primera acometida púnica. Sobre todo con aquellos que, acercándose por el ángulo avanzado de la torre, por descuido, dejaban al descubierto el flanco derecho por el que cargaban sus armas y no sus protecciones. Literalmente, eran masacrados por los proyectiles saguntinos. El ejército cartaginés chocaba de frente contra las murallas y su inmensa torre sin lograr que los ingenios pudieran seguir avanzando. Algo parecido sucedía en los otros dos puntos donde se estaba llevando a cabo el intento de conquista al recinto, con el agravante que allí las pendientes eran mucho más pronunciadas y el avance cartaginés, por tanto, aún más lento y dificultoso.

ESCALERAS

Escaleras de acceso a los graderíos superiores. Teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

Aníbal observaba como, una y otra vez, sus armas chocaban contra los sillares enemigos sin causar daño alguno. En cambio, desde las defensas se anulaba, sistemáticamente, el envite de sus fuerzas. La infantería apenas lograba acercar las escalas a los muros y cuando por fin eran apoyadas sobre la piedra y sus hombres conseguían ascender por ellas, eran fácilmente derribados. Ya se apreciaban los primeros casos de abandono por parte de las tropas auxiliares hispanas, más concretamente de los últimos que habían engrosado las filas cartaginesas: olcades, vacceos y carpetatos. – Malditos cobardes, recibirán un castigo ejemplar cuando todo esto acabe – Debió pensó el general cartaginés.

Lo que más desesperaba al Bárquida era que sus arietes seguían sin avanzar, manteniéndose a la espera de que la infantería lograra asegurar, medianamente, el terreno. Sin el ataque de estos ingenios, poco se podía esperar de la jornada. Se movía resuelto por el campo de batalla, como aquel que acostumbra a pensar y a tomar decisiones entre el vuelo de proyectiles enemigos y los lamentos de hombres por heridas de muerte. Necesitaba obtener un mayor empuje sobre esas defensas, aplacar la resistencia planteada por los de Arse. Con un simple gesto de su brazo, Aníbal ordenó avanzar al contingente africano mientras seguía evaluando la ofensiva. ¿Qué medidas habrían planteado estos saigantheos para salvaguardar su ciudadela? – Pensaba.

GALERIAS

Galerías hacia la cavea media en teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

Pasaría muy poco tiempo para que los de Sagunto se vieran desbordados por oleadas y oleadas de soldados púnicos, los cuales aumentaban su intensidad en cada uno de los envites; era esta una estrategia que siempre le había funcionado al Cartaginés en sus intentos de conquista y expugnación. Pronto todo el espacio comprendido más allá de las defensas se convertiría en una especie de mar infinito formado por guerreros cartagineses con escudos y estandartes embellecidos con dibujos de estrellas, palmeras y caballos, los símbolos de su ciudad Cartago. La infantería enemiga, scutum en alto, lograba amontonarse a los pies de la muralla y el número de escalas apoyadas también era cada vez mayor. Si desde el interior no se respondía con celeridad a esta amenazadora avalancha humana, corrían el riesgo de verse superados en esta primera línea.

CAVEA MEDIA

Vista desde el acceso a la cavea media. Teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

Balcaldur miró alrededor, como aquel que busca respuesta en los pocos recursos de los que dispone; sólo le quedaba la población civil que aún no había necesitado que interviniera. Eso o la ayuda de los antiguos dioses que en esos momentos se antojaba escasa. Entonces lo vio claro y no dudó. Subid todos rápidamente y coged el mayor número de jabalinas posibles -, gritaba Balcaldur mientras contemplaba como a sus hombres le costaba cada vez más contener una posición que podía caer en cualquier momento. – A mi orden, y digo sólo a mi orden, lanzáis las jabalinas contra los africanos con todas vuestras fuerzas. Si no lo hacéis, esos que veis allí abajo buscarán poseer a vuestras mujeres y a vuestros hijos cuando consigan penetrar en la ciudad. Pero lo haréis con tal fiereza que no querréis llevaros ese último recuerdo a la otra vida. Mientras, ayudad a derribar todas estas escalas, maldita sea.

Sin tiempo que perder, Balcaldur dividió a sus hombres, instando a uno de los grupos que le siguiera. – Nada de cascos, ni corazas; tampoco scutum, ni jabalinas. Hacia el lugar al que marchamos es prioritario hacerlo lo más ligeros posible. Sólo falcatas y caetras, y muchas ansias por acabar con unos cuantos africanos antes de abandonar esta endemoniada vida. Nos toca a nosotros salir y demostrarle a ese arrogante cartaginés cómo las gastamos en Arse cuando nos amenazan con llevarse a nuestras familias. – Balcaldur continuaba con su arenga, envalentonando al grupo de guerreros que había escogido para esa empresa suicida, mientras estos se desprendían de toda la panoplia posible. Al poco, se echaba a bajo el material con el que se habían cegado una de las poternas; por este estrecho vado saldrían al exterior.

La salida de auxilio elegida por el viejo veterano no distaba mucho del ángulo contrario al lienzo murario donde Aníbal continuaba insistiendo con su ataque. Se trataba de una abertura baja que obligaba a los defensores cruzarla de rodillas y en fila de a uno debido a su enorme estrechez; no mediría más de un codo de alto por menos de uno de ancho.

RESTOS VISIBLES

Restos visibles del antiguo y original teatro romano de sagunto. Sobre ellas, las polémicas construcciones modernas. Sagunto, Valencia.

Sin ser descubiertos, uno a uno, fueron saliendo los jóvenes guerreros hasta el otro lado de las defensas. Marcharon contra el enemigo bajo el mayor de los sigilos, siempre con la espalda pegada a la muralla. Enfundadas su falcatas en sus respectivas vainas de cuero, estas colgaban horizontalmente de las cinturas conforme avanzaban. Cuando Balcaldur estimó que se encontraban a una distancia suficientemente próxima, dio orden para que sus hombres salieran al ataque.

VISTA PARCIAL

Vista parcial del teatro y en la parte superior el Castillo de Sagunto. Sagunto, Valencia.

Pendientes como estaban de las jabalinas que llovían desde las alturas de las defensas, los púnicos fueron cogidos por sorpresa por su flanco izquierdo. Sin protecciones que lastrasen sus movimientos, los de Sagunto arremetieron con gran fiereza y agilidad sobre la infantería enemiga a la que, en poco tiempo, lograron hacer grandes estragos. Cuando el ejército cartaginés quiso recomponerse, las falcatas de Arse desgarraban órganos y músculos, ahogándose la fuerza cartaginesa en un mar de sangre y gritos de horror. Los saguntinos sostenían sus caetras adelantándose al golpe del adversario y, con los brazos extendidos, absorbían toda su fuerza. Bajo ese mismo impulso, tajaban con sus temibles armas cuanta resistencia encontraban a su paso.

Este ataque pilló desprevenido a Aníbal. Imprudente y confiado, en esos instantes el Bárquida se encontraba examinando de primera mano la obra de las murallas. – Las torres caerían cuando lo haga su lienzo; y lo pueden hacer en bloque. Está fabricada en piedra, trabada toscamente en su parte inferior. En cambio, la parte superior parece que fuera construida en adobe. – concluía el general cartaginés.

Cuando el factor sorpresa se diluyó y la infantería enemiga cerró filas para defenderse concienzudamente de los ataques saguntinos, el viejo Balcaldur empezó a gritar desesperadamente: ¡ahora, ahora, ahora! Lanzad ahora las malditas jabalinas. Y desde las murallas, la población civil se sumó a un ataque desesperado que hizo del cielo una lluvia de dardos. Preocupados como estaban por defenderse de las falcatas enemigas, las jabalinas acabaron tronando sobre las cabezas del enemigo y sus escudos.

INTERIOR DEL GRADERIO

Interior del graderío del teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

Desde el adarve, tanto la población, como los guerreros en esa posición apostados, se afanaban por arrojar todos las jabalinas que le llegaban a las manos. Urcebas, entre ellos, aún no se había atrevido a lanzar una contra el enemigo que hacía sobre el terreno una especie de melé entre escudos en alto y hombres atravesados por las astas. Nunca lo había hecho y, en realidad, tampoco sabía cómo hacerlo. Sólo tenía claro que debía de hacerlo, fuera como fuese. Sus manos le sudaban, los latidos de su corazón se le aceleraban, su respiración se le entrecortaba. Cerró fuertemente los ojos y con todos sus músculos tensos, arrojó la jabalina con todas las fuerzas que pudo; no sabía hacia dónde o hacia qué objetivo la lanzaba, pero lo había hecho.

ACCESO A LOS GRADERIOS

Acceso a los graderíos del teatro romano de Sagunto. Sagunto, Valencia.

De pronto se escuchó un fuerte quejido, algo así como un grito sordo. Al abrir los ojos, el mercader edetano pudo comprobar que había logrado su cometido, había alcanzado a uno de los cartagineses atravesando su muslo por la parte frontal. Desde el adarve, Urcebas observaba perplejo la pierna del hombre atravesada por el astil de su arma y derramando sangre a chorros. Al poco que el herido alzó la cabeza, lo miró fijamente a los ojos. Lo hacía como aquel que no quiere olvidar un rostro y estudia todas sus facciones con intención de retenerlas en la memoria.

Entonces cundió el pánico y la confusión entre las filas enemigas. Rápidamente corrió la voz de alarma, Aníbal había sido herido. Este hecho provocó la retirada desordenada de los asaltantes y que al general cartaginés se lo llevaban entre hombros, cojeando, mientras seguía manteniendo la mirada sobre aquel hombre de la muralla y la pierna manándole sangre.

En el adarve se festejaba el triunfo, vitoreaban el nombre de Urcebas como el nuevo héroe de Arse. A los pies de la muralla, Balcaldur comprobaba que esta victoria había costado muy cara para lo pírrica que había resultado. Esparcidos en el campo de batalla, sobre la tierra manchada en sangre, perecían el mismo número de jóvenes saguntinos que de enemigos, con la salvedad que ellos eran muchísimos más. El veterano guerrero de Sagunto tenía la sensación que sólo habían ganado algo de tiempo y no había nada que celebrar.

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